La soledad

El ser  humano es un ser social por naturaleza. Tiende a compartir con otros su vida cotidiana con sus proyectos, debilidades, alegrías y angustias. Por este motivo la soledad puede convertirse en una situación verdaderamente penosa para él.

Pero no todo estado de soledad es difícil de llevar. Hay que distinguir entre la soledad  externa e interna. La primera consiste en estar más o menos tiempo, sin alguien que nos acompañe.

Muchas veces este tipo de soledad es deseada. Para las personas que trabajan entre multitudes (centros de enseñanza,  grandes almacenes etc.) la oportunidad de poder pasar un rato solas es una necesidad y,a veces, un  auténtico placer.

La segunda es la soledad interior. Suele ir acompañada de la primera, aunque no siempre. Es un estado psíquico que consiste en no sentirse  apreciado o querido por nadie, algo muy duro para la persona. Provoca de por si falta de sentido de la vida, una gran apatía y frustración. Y suele traducirse en una actitud retraída, falta de interés por las cosas, y tendencia acoger o “crear” inconscientemente enfermedades.

Esta situación, se da con mucha frecuencia entre las personas mayores que han perdido a su cónyuge y tienen los hijos lejos. La de las personas  que viven aisladas en una residencia a pesar de tener todo tipo de cuidados médicos; la del que está ingresado en una clínica y no recibe visitas…

Este  tipo de soledad hoy en día ha provocado, afortunadamente, la aparición de personas que se ofrecen voluntariamente  a visitarlas. A ellas van unos consejos, por si resultan útiles.

Para liberar a alguien de la soledad, no basta con visitarla y charlar de distintos temas. Hay que penetrar en el núcleo de ese sentimiento. La persona visitada debe notar en su corazón que alguien la quiere, que otra persona tiene verdadero interés por sus cosas que pueden parecer nimiedades.

La persona que acompaña a otra  debe mostrar en su expresión alegría y seguridad, incrementar el nivel de frecuencia e intensidad en sus visitas cuando ve que su amiga/o  pasa por momentos más oscuros, por ser una fiesta como la Navidad, por la entrada de la primavera o el otoño…

La afectividad se alimenta en buena parte de besos, caricias, apretones de manos, un arreglarle suavemente los dobleces de la falda o de la sábana si está en la cama…

Y, por supuesto, acompañarle al médico,  a dar un paseo con su bastón, su andador o su silla de ruedas…

Esto hace de los voluntarios unas personas dignas de aplauso y de agradecimiento por su  férrea determinación de hacer de la vida un espacio de generosidad y servicio para superar el vacío interior que agobia a otro ser.

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