Ser anciano es es una etapa más del ciclo de la vida. Una época de enorme riqueza.
No puede concebirse la vejez como la etapa más fácil de la vida. A las dificultades propias de toda existencia, se suman la progresiva pérdida de nuestra vida, los achaques que empiezan a aparecer, los defectos característicos de esta edad…
Es inevitable envejecer. Pero se puede ser un magnífico anciano, con solo asumir lo que se es, y descubrir lo mucho que puede aportar: experiencia, recuerdos inapreciables, unidad de la familia.
La ancianidad es, también, tiempo de recuento, y aquí radica no poco de su utilidad y de su grandeza. Podemos alegrarnos del bien que hemos hecho y rectificar lo que fue tan bueno ¡Podemos pedir perdón!
La debilidad inherente a la vejez ayuda a despojarse de todo rastro de soberbia. Si a lo largo de la vida alguien ha podido olvidarse de su humilde origen, de que ha sido hecho, de que es una criatura, la vejez le otorga una inmejorable oportunidad para volver al sentido común, a la consideración de las realidades fundamentales. De «preparar las maletas»
No es verdad que los ancianos sean inútiles o una carga difícil de soportar. Además de lo que hemos dicho más arriba sobre todo lo que aportan,nos ayudan a algo radicalmente humano: darse a los demás.
Muchas veces la atención a los mayores, además no es más que el modo de corresponder a todo lo que nos han dado desde que nacimos.
Cuidemos a nuestros ancianos. Y si lo somos, agradezcamos haber llegado a serlo.
Me gustan las ideas. Yo ya he entrado en la digna tTerecera Edad
Muy acertado en mi oponión, para los que ya somos sesentones