Hace poco alguien utilizaba la comparación entre lo que conviene hacer para formar una familia “sana”, con lo que es necesario para levantar un negocio. Pero, para ello es muy importante tener claro dónde ponemos los cimientos de “nuestro propio negocio», en este caso, el de nuestra familia.
En este sentido, la experiencia de muchos años nos enseña que en la familia los cimientos más sólidos y eficaces se reducen más bien a uno: el amor.
En la familia es donde se nos ama y amamos por primera vez; donde se viven y desarrollan las relaciones de paternidad, filiación y fraternidad que capacitan a la persona para para crecer con una personalidad estable. Es donde aprende a amar.
Esta tarea debemos comenzarla desde los primeros compases de la vida en los que el niño percibe que es querido incondicionalmente por sí mismo. Pronto este amor le anima y le exige una respuesta con respecto a sus padres y la sociedad.
Y ¿Qué es amar a los hijos? Amarles consiste en esforzarnos en escuchar las cosas que nos cuentan al volver del colegio o el Instituto con verdadero interés, aunque a nosotros no nos parezcan importante; consiste en saber animar, aplaudir y reprender, cuando sea preciso, sin perder la serenidad.
Tenemos que exigir con cariño y dando razones, pero exigir. Hay que premiar, pero no con dinero sino con cordialidad. Debemos reír con ellos y llorar. Debemos acompañarles en los momentos difíciles sin sustituirles. Tenemos que ayudarles, por ejemplo, a asumir, si aparecen, las malas calificaciones, sin culpar al profesor. Y ayudarles a que se enfrenten a los libros…
En una palabra, debemos quererlos “de verdad”. Y veremos los frutos cuando crezcan, viéndolos como personas maduras centradas y felices.